Transgresora y revolucionaria en su época -como lo fue el propio Gaudí-, y sin embargo, integrada con asombrosa frescura en el entorno de la ciudad medieval de León; contradictoria, sugiere a un tiempo la fantasía nacida de una inspiración genial, y la solidez que la vincula al empresariado catalán.

El origen de la Casa de Botines, sede social de la Fundación Obra Social de Castilla y León, se encuentra en dos empresarios textiles leoneses, Simón Fernández Fernández y Mariano Andrés Luna, sucesores de Homs i Botinàs. Otro empresario, el catalán Eusebi Guell, relacionado con ellos por negocios, les recomendó a Gaudí aprovechando la presencia de éste en Astorga, donde dirigía la construcción del Palacio Episcopal.

En 1931 adquirió el edificio la Caja de Ahorros y Monte de Piedad de León, que en una primera reforma eliminó 7 pilares del sótano (reintegrados en 1994).

Durante las obras de restauración de 1950-51, aparecieron escondidos en la estatua de San Jorge que existe sobre la entrada y guardados en un tubo de plomo los planos del edificio firmados por Gaudí, el contrato de propiedad del solar y el acta de conclusión de las obras.

Fue declarado Monumento Histórico en 1969, y la nueva restauración de 1994 le supuso la consecución del premio Europa Nostra.

El edificio de planta trapezoidal, levantado en 1892, integra con maestría el estilo neogótico con el modernista, sin dejar de lado el trazo personalísimo de Antoni Gaudí, cuya estatua en bronce cavila en un banco frente a la entrada.

El universal arquitecto no dudó en aplicar revolucionarias técnicas constructivas –cimientos de mampostería hormigonada- que le valieron la oposición de numerosos ingenieros, a los que respondió con uno de sus célebres desafíos: «Que me envíen estos informes técnicos por escrito y yo los colocaré en unos marcos en el vestíbulo de la casa cuando ésta esté terminada».

Pero Gaudí también demostró la sensibilidad necesaria al estudiar en profundidad los principales monumentos de la ciudad, especialmente el renacentista Palacio de los Guzmanes, contiguo a Botines, a fin de dar a la obra la categoría necesaria para integrarse en el perfil histórico.

Tampoco olvidó quién era su cliente, por lo que cuidó de que el inmueble respondiera exactamente al doble propósito residencial y comercial: al destinar a éste último la planta baja y el semisótano, dejó en ellas un gran espacio diáfano, utilizando por vez primera 28 pilares de hierro colado, mientras en las cuatro plantas superiores, destinadas a viviendas de los propietarios y para alquiler, mantuvo los habituales muros de carga.

Como respuesta al clima leonés, más riguroso que el catalán, utilizó recursos inusuales en su obra, como los gruesos muros calizos -piedra griotte casi blanca de la Montaña Leonesa- con diseño almohadillado y tejado de pizarra gris; las cornisas voladizas que, además de retener la nieve, acentúan la horizontalidad del diseño; o diversas soluciones para maximizar la iluminación interior, como los grandes tragaluces en el tejado, la profusión de ventanales neogóticos que aumentan en número a medida que se desciende de planta, y el foso que hace la función de patio de luces para la planta semisótano.

Finalmente, como particularidad del autor, añadió en las esquinas las cuatro airosas torres rematadas en largas agujas de pizarra, la estatua de San Jorge y el dragón sobre la puerta lobulada en el frontal y un foso protegido con elegante reja de hierro forjado.